En la región del carbón de los Montes Apalaches de Pensilvania, en el noreste de Estados Unidos, se halla Centralia, o más bien lo que queda de esta pequeña población, que un día fue una próspera comunidad minera y terminó convertida en un pueblo fantasma en cuyo subsuelo arde un infierno a más de 700ºC.
Fue precisamente el carbón el que dio lugar a la fundación de la localidad a mediados del siglo XIX y sería ese otrora preciado mineral el origen de su desaparición.
Un fuego subterráneo iniciado de forma accidental hace ahora 50 años cerca de una mina abandonada, acabó extendiéndose por el subsuelo del pueblo, obligando a trasladar a la práctica totalidad de sus 1.200 habitantes y a derruir más de 500 casas.
En 1962, en el municipio de Centralia (condado de Columbia, estado de Pensilvania), un incendio provocado en la fosa de una mina de carbón abandonada prendio las vetas de mineral subterraneas. Unos bomberos que quemaban basura en un vertedero prendieron sin querer una veta de carbón expuesta, originando un fuego subterráneo que, cinco décadas después, todavía no ha podido ser extinguido.
Con los años el incendio se ha ido extendiendo poco a poco, quemando las abundantes reservas de carbón que quedan en las galerías de las minas abandonadas que se encuentran en el subsuelo de la población.Los reiterados intentos de apagar el fuego no dieron resultado, y el yacimiento continua ardiendo.
En 1984 el Congreso de EEUU se vio obligado asignar fondos para reubicar a la poblacion.
Hoy Centralia es un páramo inhabitable.
Cuando el fuego se inició en 1962, Centralia, como gran parte de los pueblos de esta región, estaba en pleno declive económico, después de que las minas fueran cerradas a causa del abandono del carbón en favor del gas y del petróleo.
Durante años el incendio pasó desapercibido, pero a fines de los años '70 empezaron a hacerse evidentes los riesgos que este presentaba, debido a la gran cantidad de gases tóxicos que surgían del subsuelo y de los socavones que aparecían en el terreno y que hacían peligrar la integridad de las construcciones de la localidad.
A lo largo de las décadas los residentes locales y las autoridades llevaron a cabo numerosos intentos de apagar el fuego.
En un principio se inyectó agua en el terreno y más adelante se excavaron varias zanjas alrededor del incendio para contenerlo, pero ello hizo que este se avivara al quedar al descubierto y entrar en contacto con el oxígeno. Luego se construyó una barrera de ceniza para evitar que el fuego siguiera avanzando, aunque este método sólo fue efectivo durante un corto periodo de tiempo. La excavación de más de 50 pozos para monitorear la actividad del incendio no hizo más que empeorar las cosas.
La maldición del padre McDermott:
Una leyenda local asegura que el trágico destino de Centralia fue consecuencia de una maldición que un párroco local lanzó sobre la población a mediados del siglo XIX.
En esa época, los miembros de los Molly Maguires -una sociedad secreta de mineros irlandeses que luchaban contra los propietarios de las minas y su explotación empleando la violencia- tenían atemorizados a los habitantes de la región del carbón de Pensilvania.A los Molly Maguires se les atribuyó el asesinato de Alexander Rea, fundador de Centralia.
El cura de la parroquia católica del pueblo, el padre Daniel Ignatius McDermott, denunció desde el púlpito las actividades criminales de los Maguires y estos, en represalia, le propinaron una paliza. Tras el incidente, cuenta la leyenda que el padre McDermott lazó una maldición sobre Centralia, asegurando que llegaría el día en que tan sólo quedaría en pie en el pueblo la iglesia de San Ignacio.
Aunque esa iglesia no fue la última en ser derribada en Centralia, sí desapreció años después de que la mayoría de casas de la localidad hubieran sido derribadas.
Después del traslado hubo un tiempo en el que había 50 personas en Centralia. Pero en 1992 el estado de Pensilvania decidió que todo el mundo debía marcharse y decretaron la expropiación de los terrenos y de las viviendas que quedaban en pie.
Desde la colina en el sur de Centralia, se intuye lo que un día fue esta población. Las aceras y los terrenos donde se levantaban las viviendas están cubiertos por la maleza. También se divisa la única de las siete iglesias que había en el pueblo que sigue en pie y un pequeño edificio municipal donde los vecinos se reúnen una vez al mes.
El puñado de casas que no fueron derribadas aparecen huérfanas en la lejanía, con sus jardines bien cuidados, adornados con banderas e imágenes religiosas.
En una de ellas vivía Harold Mervine, cuya familia llegó a Centralia hace más de un siglo y que continúa con la batalla legal contra el traslado que iniciaron sus padres -ahora ya fallecidos- hace más de 30 años.
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